La naturaleza proporciona bienestar y a los niños, además, diversión, mucha diversión. Día tras día, durante dos semanas, hemos ido a la finca del abuelo y los pequeños han tenido la oportunidad de jugar y jugar, con el agua, con el barro, con piedras, con palos... Con cualquier cosa que hubiera alrededor, sin necesidad de juguetes, la naturaleza y su imaginación, una gran diversión.
Además el huerto les ha dado la oportunidad de convertirse en recolectores y han ayudado a regar, dando vueltas a la noria como antaño. La hora de recoger los huevos y dar de comer a las gallinas era una cita importante, y buscar al duende de La Alameda, aquel cuyos ojos vio su mamá cuando era pequeña fue uno de los momentos más especiales. En fin, días fantásticos y entrañables que quedarán en el recuerdo.