Comenzó el pequeño príncipe arrastrándose por el suelo como una lagartija, poco a poco se fué poniendo a cuatro patas y se dió cuenta que desplazarse le abría toda una gama de posibilidades insospechadas para experimentar y descubrir el mundo que hay a su alrededor, en el que hasta lo más pequeño puede resultar tremendamente interesante. Fué perfeccionando la técnica y cada día que pasaba gateaba más seguro, más rápido. La pequeña princesa observaba a su hermano sentadita en la alfombra, rodeada de juguetes. No parecía interesarse lo más mínimo por esa nueva actividad que su igual realizaba; a pesar de que su mamá la incitara a ello, el asunto del gateo no parecía que fuera para ella. Pero todo llega, tras la insistencia de una "mamá pesada", su educadora en la escuela infantil (que estába convencida de los beneficios del gateo para el desarrollo neurológico) y ver a su hermano día tras día ir de un lado para otro; la pequeña decidió que eso de ir a gatas podía ser algo a considerar y poco a poco se fué desplazando por el espacio hasta conseguir una habilidad y rapidez muy parecida a la de su hermano.
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